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OIMAKU del acuario gigante del centro comercial

OIMAKU de la enorme acuario en forma de columna que había en el centro comercial cerca de casa de mi madre. De pequeño, me fascinaba por sus dimensiones. Llegaba desde la planta baja hasta la superior. Mis padres solían llevarme en verano para aprovechar el aire acondicionado. Lo recuerdo muy azul y lleno de peces. Me imagino embelesado, mirándolo con la boca abierta. Según he visto en internet, lo retiraron, y ahora la columna acristalada está llena de plantas.

OIMAKU de las chicas «au pair»

OIMAKU del significado totalmente erróneo que le daba de pequeño al término «chica au pair«. Si no me falla la memoria, vi el término en un libro para estudiar inglés. La expresión se utiliza para referirse a gente joven que se va al extranjero y recibe alojamiento a cambio de ayudar en las tareas del hogar, o de cuidar a los hijos de la familia que la acoge. La persona aprende el idioma «a la par» que ayuda en la casa. No sé por qué ni cómo, estuve muchos años de mi juventud creyendo que se refería a una chica con los pechos muy grandes, con un «buen par».

OIMAKU del cubano loco

OIMAKU del cubano loco que teníamos por vecino en Barcelona. Estaba obsesionado con los ruidos. Vivía debajo de nosotros y cada vez que hacíamos un ruidito, lo oíamos abajo gritando y moviendo frenéticamente de lado a lado la puerta corredera de un armario o similar. Recuerdo tropezar un día con un silla y, antes de caerme, escucharlo ya refunfuñar. No estoy hablando de las diez de la noche sino del mediodía. Durante la mudanza, cuando nos marchamos, a las once de la mañana, se plantó en la puerta de su casa en batín, con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Cuando montábamos las cosas en la furgoneta, abrió la ventana gritando y señalándonos, sin hablar con nosotros pero dirigiéndose a su mujer a viva voz, chillando que habíamos despertado a su hija. ¡Empezamos la mudanza a las once de la mañana! Estaba claro que su mala leche no podía ser por falta de sueño.

OIMAKU de Inma del Moral

OIMAKU de la primera presentador de El Informal, Inma del Moral, que fue todo un referente erótico en la televisión española de los 90. A mí me gustaba por lo que a todos, o a muchos, a la vez que disfrutaba cómo utilizaba sus dotes para a atraer a los babosos políticos a sus faldas para hacerles preguntas incisivas y mordaces que los dejaban en bragas. Me gustaba ese puterío que, después, con Patricia Conde, no llegó a ser el mismo. Del Moral tenía ese toque de sensualidad y afilada maldad que Conde convirtió en una hipérbole de impostada ingenuidad: otro estilo menos corrosivo y más evidente.