OIMAKU de cuando sufría ataques de asma de pequeño. Siempre era de noche, me era imposible respirar. Llamaba a mis padres casi sin voz. Corriendo en el coche, mis padres me llevaban al hospital. Los labios blancos, la cara en lágrimas. En seguida, los medicamentos y los vapores de mentolín y eucalipto. Demos gracias a las cámaras nebulizadoras que han evitado a los asmáticos tener que salir a toda prisa a urgencias cada vez que sufren un ataque.
Archivo por meses: abril 2009
OIMAKU de los dulces de los 80
OIMAKU de los caramelitos de nata de una peseta que vendían en los estancos, con papeles plateados, de las bolsitas con bolitas de anís de colores que te regalaban en las farmacias y de los bastones gruesos de pan crujiente con que te obsequiaban los panaderos. Ser niño en los ochenta molaba.
OIMAKU del jilguero escapista
OIMAKU del jilguero de mi padre, que aprendió a abrir con el pico la puerta de la jaula y, un buen día, se escapó.
OIMAKU del videoclip de Thriller
OIMAKU de cuando, con apenas tres años, mi madre me ponía el videoclip del «Thriller» de Michael Jackson, terrorífico y emocionante a partes iguales para mis ojillos, que me mediotapaba con los dedos al mirar. Ahí comencé a entender el morbo de los temas de terror, porque mientras lo veía, mi madre me preguntaba si me daba miedo, ¡no lo quites!, respondía yo. Ese vídeo alimentó mi imaginación desde pequeña. Parece ser que mi abuelo se enfadaba con mi madre porque «le ponía eso a la niña», pero de eso «noimaku».
OIMAKU de la cena de Japonés
OIMAKU de cuando invité a mis compañeros de clase de japonés a cenar tempura y curry. Fue una noche que, pese a los nervios, disfruté mucho.
OIMAKU del chicle de los pitufos
OIMAKU de cuando mi madre me hizo elegir entre un chicle de los pitufos y un palote de fresa en la caja del supermercado. Yo quería ambas cosas, así que le contesté que quería el palote mientras me guardaba el chicle en el bolsillo. Como no existe el crimen perfecto, en el salón de casa me dejé llevar por una imprudente gula. A los pocos segundos, mi madre salía del balcón y me sorprendía mascando y mirando el cromo del pitufo fortachón. «¿De dónde has sacado eso?» me preguntó. Me limité a balbucear algunos sonidos ininteligibles y acatar el castigo.
OIMAKU de las expresiones que dan rabia
OIMAKU de cuando mi amigo A. me confesó que no soportaba a la gente que decía constantemente «para nada», que la expresión misma le daba una rabia tremenda. Me río cada vez que me acuerdo porque, a mí, no me parece una coletilla molesta para nada. En serio, para nada.
OIMAKU de Siberia
OIMAKU de cuando conocí la Siberia rusa antes que a Stalin o a Genghis Khan: para mí era aquel sitio helado en el quinto coño donde enviaban a los personajes de Mortadelo y Filemón.
OIMAKU de los veranos en el cámping
OIMAKU del cámping y de lo rancio que era yo de pequeño: cómo me pasaba los días soleados de verano encerrado en la caravana leyendo a Gabriel García Márquez y cómo, cuando los chavales de la calle donde estaba me preguntaban si quería salir a jugar con ellos, respondía secamente: NO, ESTOY LEYENDO.
OIMAKU del pie roto
OIMAKU de cuando me saltaba las clases de la universidad para ir a verle con su pie roto, todo un mes. Tardé años en recuperar esas pérdidas. Y más años tardé en recuperar las ganas de olvidarle.