OIMAKU de aquella época en que, cada vez que estaba en una biblioteca relajado, disfrutando de la lectura, me sobrevenían unas horribles e irrefrenables ganas de ir al baño. Cuanto más me gustaba el libro que tenía entre manos, mayor era la urgencia. Era entre trágico y ridículo.
Archivo por meses: agosto 2009
OIMAKU del Mario Kart 64
OIMAKU de cuando me pasé todas las carreras del Mario Kart 64 en modo difícil y en contra dirección. La última que me quedaba era la del castillo fantasma. Con el lanzamiento de un caparazón, detuve en la misma línea al que siempre me ganaba y crucé la meta victorioso después de muchísimos intentos. Ese ese momento, sonaba el estribillo de Have you ever de Offspring. Gran momento.
OIMAKU de la claraboya de Southampton
OIMAKU del piso de Southampton, donde viví con T. Era un adosado pequeño entre dos apartamentos cuya sala de estar recibía luz a través de la claraboya. Ésta hacía que la habitación fuera muy luminosa y que, cuando llovía, se escucharan las gotas golpear de manera triste, unas veces, de manera relajante, otras. Podía abrirse para que entrara el aire y así poder aliviar el calor de los días de primavera, pero no podía taparse. Así, cuando venían visitas y, por falta de espacio, debían dormir en la sala sobre una cama inflable, el sol de la mañana los despertaba. Cuando estrenamos el colchón, T. y yo nos quisimos dormir viendo el cielo estrellado a través de la claraboya, pero sólo vimos nuestros reflejos en el cristal, recortados en la oscuridad de la noche.
OIMAKU de la cámara perdida en el taxi
OIMAKU de aquella noche de fiesta en que me quedé sin trenes y R. me invitó a dormir en su casa. Al salir del taxi, justo frente a la puerta del edificio, me di cuenta de que no tenía la cámara con la que había hecho las fotos de la cena. Salí disparado hacia la dirección donde había arrancado el taxi, pero había desaparecido en la oscuridad. R. me dijo que aquella carretera no continuaba, que daba la vuelta en lo alto de la montaña y volvía a bajar. Vi un taxi de vuelta de la cima y fui a la zaga. No recuerdo correr tanto en mi vida. Creía que no lo iba a alcanzar cuando se puso un semáforo en rojo como una señal del cielo y me puse a su altura. No era el taxista que nos había traído. Hablé con él para saber qué se podía hacer. Era un chaval joven. Sin paños calientes, me recomendó que me olvidara: que, pese a existir una oficina para objetos perdidos, si él se encontrase una cámara digital en el coche, se la quedaría y punto. Justo en ese momento, otro taxi se paró en el semáforo, y era el hombre que nos había traído. Dijo que iba a llevar la cámara a objetos perdidos. Se lo agradecí encarecidamente, muy nervioso y confuso, nos despedimos y se marchó. No recuerdo haberle dado propina ni nada, cosa que me supo mal después. El otro, que todavía esperaba, me recomendó que me comprara un billete de lotería para aprovechar la suerte. Me lo dijo muy enfadado, como si la buena fe de su compañero de trabajo le hubiera indignado.
OIMAKU de los encuentros literarios
OIMAKU de cuando B., M., R. y yo quedábamos en algún bar de la capital para leernos cuentos o poesía. Era bonito y era agradable. Era divertido. Nos descubríamos textos los unos a los otros y compartíamos a un gran escritor argentino. Pasamos ratos para recordar.
OIMAKU del principio de miopía
OIMAKU de cuando supe por primera vez que podía tener problemas de miopía. Era el primer año de universidad y, en una de las clases, me di cuenta que las palabras escritas con tiza sobre pizarra me resultaban borrosas. Los contornos del traje gris del profesor tampoco eran nítidos sobre el fondo negro.