OIMAKU de la llamada de M., licenciado universitario, una tarde que estaba charlando con J. en un bar cerca de mi casa. «Es que me han pasado un CD y quiero copiar unas imágenes», me dijo. «Ah, para copiar fotos en un CD debes utilizar Nero» le respondí. «No, no,» corrigió «las fotos están en el CD y lo que quiero es copiarlas en el escritorio». Me quedé de piedra.
Archivo por meses: enero 2010
OIMAKU de mis botas favoritas
OIMAKU de mis botas favoritas en el cubo verde de la basura de la casa alquilada de Southampton, después de casi dos años poniéndomelas cada día, paseando por los parques o saliendo de noche, en el trabajo o de excursión con mi padre en la montaña, mojadas por la lluvia, quemadas por el sol, manchadas por el barro, marcadas por unas traicioneras gotas de lejía, desgastadas y rotas de la suela, con la piel arrugada y cuarteada como un anciano centenario después de todos los pasos dados, después de todos los lugares visitados. Allí, en aquel cubo sobre el que se derramaba el cielo inglés con su desolador clima, una mañana, se acabó su camino.
OIMAKU del collar de monedas de cinco duros
OIMAKU del collar que se hizo mi padre con monedas de veinticinco pesetas pasando un cordel por el agujero que tenían en el centro. Al final, consiguió enhebrar tantas que el collar pesaba horrores. Hubiera sido un suicido siquiera pensar en colgárselo del cuello.
OIMAKU del ahogado en la piscina
OIMAKU de estar con A. en la piscina de la ciudad, sentados en un banco, descansando después de hacer algunas piscinas, relajados, y quebrarse la tranquilidad en un estrépito de gente, el socorrista y otros nadadores, todos corriendo, gritando, sacando a un hombre mayor del agua, quieto, con la mirada gris, a un par de metros de donde estábamos nosotros.
OIMAKU de la opinión de mis padres
OIMAKU de las opiniones dispares y extremas de mis padres acerca de mis dibujos cuando era pequeño. Mi madre cogía el papel y cantaba los maravilloso que era, me felicitaba y acababa por abrumarme, llevándome a pensar que tampoco era para tanto. Mi padre, en cambio, lo miraba y emitía un «muy bien» con una sonrisa, para luego añadir un «ya irás mejorando», comentario con el que me alejaba refunfuñando, repitiendo para mis adentros que el dibujo no estaba tan mal.
OIMAKU del chiste de la polla
OIMAKU del día en que R. me contó el chiste de «- ¡Cuidado, una polla! -¿Una quéé?», fingiendo el gesto del encontronazo en su boca, fingiendo que salía despedido en medio de las escaleras de la biblioteca de humanidades de la facultad, fingiendo que una verga gigante nos atacaba. Me reí tanto que se me doblaban los riñones…
OIMAKU del libro electrónico
OIMAKU de cuando los Reyes me trajeron un libro muy especial. No tenía el olor ni la textura de los libros tradicionales, pero me daba igual; era un ebook, el símbolo de una nueva era, y la mejor excusa para comprarme ese aparatito que tanto me obsesionaba para poderlo leer. Creo que fue uno de los regalos que más ilusión me han hecho nunca.
Primer libro de OIMAKU
El primer libro de oimakus llegó con los Reyes Magos de la mano de Edicions duoZanetti. Podéis descargaros y disfrutar Cien Oimakus en la página de duoZanetti. Votad y comentad aquí qué os ha parecido o qué os gustaría que apareciera en futuras ediciones.
Un saludo.
OIMAKU de la pinta que teníamos los tres
OIMAKU de la noche que fui a cenarcon D. y M. a un restaurante griego-sirio en el Eixample de Barcelona. Al salir, yo estaba descompuesto porque me había sentado mal la comida y me sentía morir: necesitaría dos Almax rato más tarde para poder calmar el malestar. Por su parte, M. iba piripi perdido porque se había pasado con el vino y ya en el restaurante había empezado a soltar comentarios comprometidos en voz alta. D., que se había comprado unas deportivas que le encantaban, las llevaba en la mano porque la pequeña molestia a la que no le había dado importancia al principio le destrozaba ahora los pies. Así íbamos los tres: uno doblado con la mano en el estómago a punto de potar, otro cantando y riendo y bailando en mitad de la calle sin vergüenza alguna y el último a paso ligero, fumando, con sus zapatillas nuevecitas colgando de la mano, en calcetines por una de las ciudades más sucias de España. Gran estampa familiar.
OIMAKU de El Chivi
OIMAKU de El Chivi. Cuánto asco y cuánta risa. «¡Me llaman Radikal!».