Archivo por meses: febrero 2010

OIMAKU de la toalla-panchito

OIMAKU de la toalla-panchito de Inglaterra. Era una toalla rosa, pequeña, para secarse las manos, que, pese a lavarla constantemente, había cogido un olor a humedad imperecedero, un tufo asqueroso que recordaba al de los ganchitos naranjas, de los que justamente derivó el nombre. Curiosamente, se la echa de menos.

OIMAKU de las tetas de M.

OIMAKU de las tetas de M., de cómo, mucho tiempo después, en la estación de Sabadell de la carretera Barcelona, sentado yo en el vagón, las vi pasar  por el andén y pensé «menudo par de tetas», no «menudos pechos» o «melones», no, «menudo par de tetas», de «tetazas», y levanté la vista y vi que ahí detrás iba ella, detrás de aquellas tetas descomunales y lúbricas que habían desbordado muchas noches de mi adolescencia

OIMAKU de El Fumador

OIMAKU de El Fumador de Expediente X. Me fascinaba aquel viejo Garganta Profunda, seco como el papel de liar, engabardinado y gris como la ceniza, disolviendo en volutas los secretos de su boca de misterio, explicándole la verdad y la mentira al enfervorizado de Mulder, que atendía intrigado, deseoso de saber dónde estaba su hermana, para luego encontrarse, de nuevo, solo y a oscuras en mitad de un aparcamiento subterráneo, descubriendo que su informante, una vez más, había desaparecido como el humo.

OIMAKU del movimiento sísmico

OIMAKU del leve movimiento sísmico que recorrió mi ciudad y otros municipios en 2004. Yo estaba en el salón con mi madre, leyendo en el sofá mientras ella quitaba el polvo de unas estanterías, subida en una silla. Hubo como una especie de sacudida suave que hizo que la vitrina con copas y el juego de café se zarandeara, haciendo tintinear el cristal. Fue tan leve como rápida, pero nos dejó tan sorprendidos que nos quedamos estupefactos, mirándonos el uno al otro y preguntándonos qué diablos había pasado.