OIMAKU de mi quinto o sexto cumpleaños, tal vez cuarto, en el que mi madre invitó a todos mis amiguitos a casa, a una de esas fiestas con bocadillos de nocilla y bimbo y ganchitos naranjas. Mi madre había hecho un pastel relleno de crema, con chocolate y lacasitos encima, y vino un niño que se llamaba E., de mi misma edad, al que mis recuerdos se empeñan en apodar Calimero, con el pelo en capita, rubio y muy simpático. Era el primo de una niña sordomuda de mi edificio, cuyos padres eran amigos de los míos. Esa tarde, con la boca llena de pastel, preguntaba: «¿Es de flan?», y tengo esa imagen grabada. Poco después, ese niño moriría atropellado: al parecer, asustado por un cruel mayor que le azuzó un perro pequeño, salió disparado a la carretera.
Archivo por meses: abril 2010
OIMAKU del sueño de esta noche
OIMAKU del sueño que he tenido esta noche, en que era un guerrero que mataba gente, y por ello iba al infierno (sin embargo no recuerdo morir antes de ir al infierno). Este no tenía fuego, sino que era un páramo yermo y desierto lleno de vagabundos tan desesperados como yo.
OIMAKU del misterio de La minifalda
OIMAKU de La minifalda de Manolo Escobar y de lo confundido que me tenía su letra de pequeño e, incluso, de adolescente. La canción reza tozudamente «No me gusta que a los toros te pongas la minifalda» y luego, encima, hacemos un bis. Sin embargo, yo, al escucharla, lo que entendía era «No me gusta que a los toros les pongan la minifalda» y luego, encima, el bis. Me parecía coherente, en mi cerebro de niño, que a aquel señor que cantaba le molestara que a un toro bravo de lidia le pusieran algo tan ridículo, para más inri en mi cabeza le vestía un tutú rosa, pero no llegaba a comprender a qué venía todo esto. ¿Era una especie de metáfora castiza? Es más, ¿una metáfora castiza de qué?
OIMAKU de los jerseys de mi madre
OIMAKU de los jerseys que tejía mi madre para mi padre y para mí. Recuerdo un par verde y otro gris, ambos a conjunto. Los hacía con lana y aguja de calceta. El motivo era una especie de trenzado que iba desde el cuello hasta la cintura. Recuerdo que hubo un tiempo, al hacerme mayor, que me disgutaban profundamente. Y ahora me producen una especie de nostalgia cuando los veo en las fotografías. Como algo que ya no volverá.
OIMAKU de la tele de ocho botones
OIMAKU de la tele que teníamos en el salón cuando tenía cinco años. Era marrón, enorme, y tenía ocho botones para ocho canales. No tenía mando y te tenías que levantar para cambiar de cadena. Me encantaba apretar aquellos botones y oír cómo sonaban. Clac-clac-clac.
OIMAKU de Cameron Díaz en La máscara
OIMAKU del travelling ascendente que presenta a Cameron Díaz en la peli de La máscara. Todos, absolutamente todos en la sala de cine, hicimos igual que Jim Carrey. Impresionante.
OIMAKU del anuncio del juego Pelotón
OIMAKU de un anuncio que estuvieron repitiendo todo un verano en que se repetía sentenciosamente «Pelotón. Pelotón. No es un juego sino que son dos» con una especie de cañonazos de fondo. En la caja aparecía un ciclista pero bien podría haber aparecido un paredón de fusilamiento. Nunca, y a este nunca se suma con peso el hecho de que el comercial jamás ofreció más información del producto que tres fotografías de la caja y unos segundos de vídeo de un niño jugando con su familia de manera sobreexcitada, nunca digo, supe ni creo que llegue a saber de qué diantres iba el puto juego. Pero me amargó el verano.