Archivo por meses: julio 2010

OIMAKU de Filiprim

OIMAKU del concurso Filiprim de TV3, y de su presentador don Josep Maria Bachs con su bigote y su pajarita enormes, y de aquel viejo gamberro y calvo que lo acompañaba y que todavía aguanta el maldito con casi cien años y loco como una chota pero un cachondo al fin y al cabo, y sobre todo no olvido, ni olvida nadie que viera el programa, la frase de despedida con la que el senyor Bachs concluía indefectiblemente cada uno de los programas que presentó, no, imposible olvidarlo: «Tanquem la paradeta».

OIMAKU de las palabras que duelen

OIMAKU de lo que le dije a mi madre un día en que estaba enrabietado por algo, seguramente alguna tontería magnificada por la frustración de ser adolescente. Mi madre lloró, le rompí el corazón. Días después le pedí perdón, pero aquellas palabras ya salieron de mi boca, ya habían causado herida, de manera tan simple y, a la vez, cruel e involuntaria. Las palabras fueron «Te odio».

OIMAKU del jambon de Paris

OIMAKU del jambon de Paris. Cuando estuve en la capital francesa, me volví loco para encontrar el lugar donde debía hospedarme. Exhausto y hambriento después de haber tenido que patear la de Dios es Cristo arrastrando la maleta, fui a un bar cercano a recuperar fuerzas. La cocina, por supuesto, estaba cerrada. En el menú se podía leer un grandilocuente Sandwich de jambon de Paris a un precio razonable. Sin dudarlo, lo pedí. Cuál fue mi sorpresa cuando el famoso «jamón de París» no era más que jamón York cortado en lonchas mucho más gruesas, tanto que sólo había una enorme en la baguette, casi tan seca como el propio pan. Lo peor fue que venía con mantequilla. ¡Bej!

OIMAKU del 23 de Julio Cortázar de 2003

OIMAKU del día que visité la tumba de Julio Cortázar, el 23 de Julio Cortázar de 2003. La busqué por todo el cementerio de Montparnasse, en París, y la encontré de sopetón, sin esperármelo ya. Me quedé un rato callado sin saber qué hacer. Su lápida estaba llena de flores y de notas y de pasajes de avión, todos dándole las gracias. Me entraron ganas como de llorar, pero creo que no lo hice. Arriba, junto a la suya, taba esla lápida de su segunda esposa Carol Dunlop, vacía. Estuve un rato (ad)mirando la piedra sobria y sencilla bajo la cual descansaba Julio, dejé el resguardo de mi billete de avión y me fui. Fue todo muy extraño y emotivo.

OIMAKU del cashback

OIMAKU de la pregunta de «Any cashback?» que me hacían las cajeras de los supermercados en Inglaterra. Al principio, no tenía ni idea de a qué se referían y siempre decía que no. Creía que me preguntaban si tenía suelto porque les faltaba cambio, cosa muy común en cierta cadena de supermercados de por aquí. Pero el cashback fue una bendición. Si pagaba con tarjeta y, además, no tenía suelto para luego, no sé, comprar un donut en la pastelería de enfrente, pedía diez libras en cashback; con este simple gesto, me cargaban la cantidad junto con el resto de la compra en la tarjeta y, a cambio, me daban un billete de diez. Igual que si sacara dinero de un cajero automático, pero sin la molestia de tener que ir a buscar uno, ¡y sin comisiones! Era comodísimo. Y aquí tengo que asegurarme si el supermercado aceptará tarjetas…

OIMAKU del olor del suavizante de mi madre

OIMAKU del olor del suavizante que usaba mi madre para la ropa. De pequeño, me encantaba. Me daba ganas de comerme las sábanas. Era muy agradable ir a dormir recién cambiadas. Cuando crecí, descubrí con una mezcla de pena, engaño y catástrofe que el aroma que tanto asociaba a mi madre, a su amor y cariño, al confort que me proporcionaba, era una marca registrada de una multinacional.

OIMAKU del Combo del Oso

OIMAKU del Combo del Oso, una parodia de los combos del Street Fighter que se inventó E. un buen día durante la hora del patio. Consistía en, primero, agitar la cabeza ondulantemente de un lado a otro, cargando el nivel de ira mientras se gruñía «uuuh»; después, se realizaba la cogida con los codos pegados al cuerpo, lanzándose hacia el oponente con las manos en forma de zarpas y agarrándole de los hombros sin dejar el animalesco «uuuh»; finalmente, se iba empujando al adversario con la cabeza mientras se le daba golpes con el lateral del codo, la parte más inútil de nuestro cuerpo, sin olvidar el «uuuh», esencial en el ritual. Yo me partía cada vez que lo veía representarlo.