Archivo por meses: agosto 2010

OIMAKU del pruf

OIMAKU de la mezcla que me hacía de pequeño para merendar y que bauticé como «pruf». No recuerdo bien el porqué de ese nombre, aunque probablemente fuera onomatopeico porque la sustancia daba la sensación de hacer ese ruido si intentabas apretarla con la mano. El proceso era el siguiente. Cogía unas natillas y comía un poco para que no rebosara. Luego, echaba dentro el contenido de un petit-suis y lo removía todo bien. Cuando los colores quedaban mezclados, el amarillo ligeramente oscurecido por el rosa, me estiraba en el sofá y me lo zampaba. Era uno de mis pequeños placeres.

OIMAKU del tren del Cortylandia

OIMAKU del Cortylandia, el montaje que hace la cadena de grandes almacenes todas las navidades. El de Sabadell, como el de muchas otras ciudades, fue de ameno a menos. Recuerdo que al principio montaron un tren con su circuito que daba toda la vuelta frente al edificio del Corté Inglés. El decorado era como un bosque, con sus árboles sonrientes, pajaritos… una pasada. Fue triste ver cómo acabó siendo sustituido por unas luces navideñas cada vez más cutres.

OIMAKU de las palomas de la Plaza San Marco

OIMAKU de la única escena que recuerdo del viaje a Italia con mis padres cuando tendía unos cuatro o cinco años. Mi padre compró una bolsa de maíz en la plaza San Marco para que su hijo disfrutará alimentando a las ratas del cielo. Con un terror descomunal, tuvieron que obligarme a sostener el maíz en la palma de la mano para que las palomas se abalanzaran sobre ella para comer, en tromba. Yo sólo pensaba que me iban a picar, aquellos monstruos grises de ojos rojos y vacíos. En cuanto me dejaban el maíz en el puño, lo tiraba al suelo y gritaba. Lo pasé tan mal que aún recuerdo el miedo.

OIMAKU del comentario del joven soldado

OIMAKU del comentario de un soldado sobre la noticia que había saltado a la palestra del uso de balas con uranio empobrecido en Bosnia. Era joven, de unos veintipico años, creo que tenía hasta granos, y lo entrevistaban para la televisión en alguna de las tantas zonas derruidas y grises de los Balcanes. Frente al micrófono soltó una frase memorable. Empezó declarando, con una gravedad suma de preocupación, indignación y miedo, «Quiero que todo esto se resuelva, que nos aclaren qué pasa», para finalmente sentenciar de manera tajante: «Yo no vengo aquí a jugarme la vida». Recuerdo que me pregunté qué le debían haber explicado durante la formación militar a este pobre muchacho.

OIMAKU de las coletillas de los Looney Tunes

OIMAKU de Piolín repitiendo, con una voz infantil pero llena de veneno, la frase de «He visto un lindo gatito», recordándonos que esta vez Silvestre tampoco lo iba a conseguir; de Bugs Bunny mirando a cámara zanahoria en mano, saludando con toda la chulería de la que es capaz un conejo con su sureño «¿Qué hay de nuevo, viejo?»; del Gallo Claudio y su tartamudeante «Digo hijo, eso digo, hijo, digo» que sacaba de quicio al más flemático; del Correcaminos y su conciso «Bip bip» que, lejos de la retórica ciceroniana, derrotaba cualquier discurso que el Coyote pudiera levantar.

OIMAKU de los Clásicos Básicos

OIMAKU del disco de consolación que regalaba Constantino Romero en el concurso Alta Tensión. La cantinela de los malditos Clásicos Básicos en cada programa hacía que la música clásica sonara a fracaso, burla y salivazo. ¿Alguien puede imaginarse a un tipo que ha perdido mil euros de una tacada por elegir a Bugs Bunny en el panel de «Personajes animados con sombrero» escuchando a Haendel relajadamente en su casa? «Aleluya» no es la palabra que diría, precisamente.

OIMAKU del baño en la fiesta Erasmus

OIMAKU de la fiesta de despedida de una compañeras italiana de Erasmus. Fue en la playa de la Barceloneta, una noche de verano. La gente charlaba, bebía, reía, pero nadie se bañaba. «¿Qué coño pasa que nadie se baña?» me decía D. Finalmente, harto de esperar, me preguntó si me echaba un chapuzón con él, para no ir solo, y al agua que nos fuimos. Estuvimos un rato chapoteando no muy lejos de la orilla, refrescándonos. Cuando salíamos D. volvió a repetirme: «Qué buena está. No está nada fría. ¿Qué coño pasa que nadie se baña?». En ese momento, empapados de arriba abajo, vimos cómo un par de Erasmus borrachos dibujaban poderosas parábolas de orina sobre la orilla. Ahí teníamos nuestra respuesta.

OIMAKU de las patillas de R.

OIMAKU de las patillas enormes que se dejó el hermano de A. Supongo que por aquella época él estaba en la universidad y su hermano y yo íbamos todavía al instituto. Tengo su imagen grabada, de pie en su dormitorio, tal vez frente a un espejo, exclamando «Qué curras más guapas» mientras se las acaricia con una sonrisa de oreja a oreja. Ahora está casado, tiene dos hijos y va perfectamente afeitado. Cada época tiene sus logros.

OIMAKU del bar donde quedaban todos

OIMAKU del bar donde quedaban todos los compañeros de clase, en secundaria. Su nombre no lo diré aquí. Sólo entré una vez y no volvería a entrar. Era oscuro y sucio como cualquier bar en esta tierra y, por supuesto, a todas horas había alguien en el futbolín. Pero tanto aquella vez que estuve como el resto de veces que eché un vistazo de pasada, siempre conté a la misma gente, y todos del colegio. De la misma manera que se reunían allí al salir del colegio con quince años, me los encontré hace cuatro años con casi veinticinco. Evito desde entonces pasar a toda costa por esa calle.

OIMAKU del grito huracanado

OIMAKU de los dibujos de Pepe Potamo y de su grito huracanado. El protagonista era un hipopótamo lila vestido de safari, salacot incluido, que se dedicaba a tumbar a todo bicho viviente con su bramido atroz. Cada vez que lo hacía, la boca se le hacía gigante y su cuerpo se elevaba en el aire por la misma fuerza del berrido. Soy incapaz de recordar el argumento de ningún episodio o de encontrarle algún sentido a que un hipopótamo vistiera de cazador. Lo único que guardo en mente es el creciente deseo que tenía de niño a que llegara el momento del episodio en que Pepe Pótamo soltaba su infalible GRIIIITO HURACANAAAADO.