Archivo por meses: marzo 2014

OIMAKU del aceite del local de cazadores

OIMAKU del local de cazadores de Valderrubio, Granada, donde habíamos ido a ver la casa de Bernarda Alba, la real y no la literaria. El edificio estaba totalmente descuidado, cubierta toda su fachada blanca por una enorme enredadera seca. Desencantados, nos sobrevino el hambre y la sed. Habíamos llegado con la única combinación de autobuses posible en pleno mediodía de julio andaluz y aquello estaba muerto. Un hombre que pasaba en bicicleta nos señaló una puerta sin letrero. Era el lugar de reunión de la asociación de cazadores del pueblo. Debíamos de tener una pinta de guiris espantosa. Pedimos para beber dos rondas. Acostumbrados a otros tapas más espectaculares y copiosas (paella, migas), casi miramos con desprecio el solitario trozo de lomo sobre la rebanada de pan que nos sirvieron. Al probarlo, me tragué con él mi soberbia. Sentí las lágrimas de placer inundar mis ojos: insuperable. Cuando marchábamos, le pregunté al dueño por la carne. Orgulloso y sin pronunciar una palabra, adornándose con un halo de misterio, levantó una recia y grasienta botella de vidrio llena de un aceite oscuro, prácticamente verde, tan denso que apenas dejaba pasar la luz. Aun sigo fascinado por aquella visión casi celestial.

OIMAKU del «adéu» en Zahara de los Atunes

OIMAKU de la manía de decir «adéu» sea el rincón de España que sea y, especialmente, recuerdo una vez en Zahara de los Atunes, donde al salir de una tienda dije «adéu» y entendí que me respondían lo mismo. El hecho es que llevaba un par de días obsesionado con el tema, pues tenía la impresión de que me había sucedido más de una vez. Carcomido por la duda, le pregunté a la persona que me acompañaba si la dependienta me había dicho adiós en catalán. No sé si me respondió afirmativamente o que no se había dado cuenta. Fuera la que fuera su contestación, no me sirvió porque, en un acto de extravagancia, volví a la tienda y le pregunté directamente a la mujer. Con una mueca que conjugaba una especie de extrañamiento impasible, me contestó con firmeza que me había dicho «hasta luego». Su voz y su rostro duro, me acongojaron de tal manera que pedí perdón y me marché avergonzado.