OIMAKU de cuando se rompió la correa de la persiana de la habitación de alquiler donde vivía en Barcelona. Estuve mucho tiempo sin arreglarla, con la persiana bajada, a oscuras, por vago y porque, como siempre, creía que lo harían otros por mí. Temía encarar la reparación por patoso, por estropearla más y tener que pagar más a alguien que supiera hacerlo. Finalmente, descubriendo la tapa donde se enrollaba la persiana, saqué la correa, compré un par de remaches y, siendo mínimamente voluntarioso, solucioné el desaguisado. Sin heroísmos.