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OIMAKU del acuario gigante del centro comercial

OIMAKU de la enorme acuario en forma de columna que había en el centro comercial cerca de casa de mi madre. De pequeño, me fascinaba por sus dimensiones. Llegaba desde la planta baja hasta la superior. Mis padres solían llevarme en verano para aprovechar el aire acondicionado. Lo recuerdo muy azul y lleno de peces. Me imagino embelesado, mirándolo con la boca abierta. Según he visto en internet, lo retiraron, y ahora la columna acristalada está llena de plantas.

OIMAKU de las chicas «au pair»

OIMAKU del significado totalmente erróneo que le daba de pequeño al término «chica au pair«. Si no me falla la memoria, vi el término en un libro para estudiar inglés. La expresión se utiliza para referirse a gente joven que se va al extranjero y recibe alojamiento a cambio de ayudar en las tareas del hogar, o de cuidar a los hijos de la familia que la acoge. La persona aprende el idioma «a la par» que ayuda en la casa. No sé por qué ni cómo, estuve muchos años de mi juventud creyendo que se refería a una chica con los pechos muy grandes, con un «buen par».

OIMAKU del extraño tubo en el lote de navidad

OIMAKU de una especie de tubo de madera que una vez vino en el lote de navidad de mi pareja. Imitaba al corte de una caña de bambú. Al principio pensamos que podía ser un portalápices, pero era tan corto que los bolígrafos se caían cuando intentábamos apoyarlos. Tampoco entendíamos muy bien qué pintaba algo así en un lote navideño con el jamón, los mantecados y el champán. Al final, lo tiramos, porque no le encontramos ninguna utilidad. Tiempo después nos esteramos que era un «altavoz natural» para el móvil. Si se colocaba el smartphone en él, el sonido rebotaba y se amplificaba. Nunca lo hubiéramos imaginado.

OIMAKU de la avispa que me picó en L’Ametlla de Mar

OIMAKU del aguijonazo que me asestó en el pie una avispa traicionera. En septiembre de 2015 cogí una semana para hacer unas vacaciones low-cost con mi pareja. La jugada salió mal porque la meteorología no nos acompañó. Uno de los días que no llovió y que mejor podía estarse en la playa, decidimos ir a una brasería llamada Tomaset a hincharnos de carne. Nos sentamos en la terraza para aprovechar el buen tiempo. Yo iba con unos veraniegos zapatos de tela sin calcetines, que me quitaba y ponía en función del calor que tuviera. Justo cuando nos llegó la comida, volví a meter el pie derecho en el zapato. Sentí, entonces, un repentino dolor que me subió hasta el gemelo, causándome una especie de rampa. Miré hacia abajo y vi a una avispa enganchada a mi talón forcejeando por liberarse. Se debía de haber colado en el calzado y, viendo que mi pezuña se le venía encima, atacó con lo único que tenía: el aguijón. La desclavé haciendo palanca con el tenedor. Mientras pataleaba desorientada bocarriba en el suelo, la pise con odio, asegurándome que quedaba bien aplastada. Terminé la comida sin que las molestias hubieran hecho otra cosa que empeorar. Mi pareja tuvo que acompañarme al centro de atención primaria porque apenas podía caminar. Creo que me pusieron una inyección y me recetaron unas pastillas. El resto de la tarde, mientras ella disfrutaba de la espléndida tarde en el mar, yo me tuve que contentar con quedarme en la cama del hotel, descansando y leyendo no recuerdo qué.

OIMAKU de la avispa que comió de mi dedo

OIMAKU de la avispa que se posó sobre mi dedo índice un día de verano en el cámping. Tendría unos doce años y estaba comiendo con mis padres fuera de la caravana. Había acabado un muslo de pollo cuando apareció el insecto de la nada. Al ver que se detenía en mi mano, me quedé petrificado. Me había picado una de pequeño y recordaba el terrible dolor. El bicho, sin embargo, se limitó a devorar la grasa que quedaba en mi índice, haciéndome cosquillas. Era una sensación agradable, pero no me atreví a moverme. A los pocos segundos, se marchó y pude volver a respirar aliviado.  Pese al miedo que pasé, recuerdo aquel momento con gran fascinación. Ver cómo movía sus mandíbulas sobre la yema de mi dedo me pareció increíble.

OIMAKU de Míster Zákar

OIMAKU del casero del apartamento de Southampton. El tipo era un indio emigrado a Inglaterra que a través de trabajar duro había conseguido abrir una tienda de recambios para coche y formar a su familia en Inglaterra. Su apellido era Thakrar pero entre nosotros los llamábamos Zákar, Míster Zákar. Era un buen tipo pero estaba obsesionado con seguir la normativa y venía cada semana a revisar el piso. A él no le suponía demasiada molestia porque vivíamos encima de la tienda pero para nosotros era un incordio. Recuerdo que un día, cuando todavía buscaba trabajo sin éxito, me dijo que yo debía esforzarme el doble, porque era de fuera y tenía que demostrar mi valía. Le caí simpático en mi calidad de currante. Imaginé lo que había tenido que pasar él para tener su negocio y comprendí su obsesión por que todo estuviera perfecto en el piso.

OIMAKU del condón del PSC

OIMAKU del condón con la cara de Pasqual Maragall que me dieron los del PSC en la Universidad durante la campaña para las elecciones del Parlamento de Cataluña de 2003. Me lo dieron justo sobre el puente que conecta de la plaza del campus con la estación de los Ferrocarriles. El tipo sonreía simpático en la foto pero a mí me puso los pelos de punta. No quiero decir que fuera inadecuado repartir preservativos pero sí que lo hicieran con la cara de un político impresa en ellos. Hay ciertas cosas que uno no quiere ver antes de follar.