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OIMAKU de las chicas «au pair»

OIMAKU del significado totalmente erróneo que le daba de pequeño al término «chica au pair«. Si no me falla la memoria, vi el término en un libro para estudiar inglés. La expresión se utiliza para referirse a gente joven que se va al extranjero y recibe alojamiento a cambio de ayudar en las tareas del hogar, o de cuidar a los hijos de la familia que la acoge. La persona aprende el idioma «a la par» que ayuda en la casa. No sé por qué ni cómo, estuve muchos años de mi juventud creyendo que se refería a una chica con los pechos muy grandes, con un «buen par».

OIMAKU de las pruebas del asma en el hospital militar

OIMAKU del día que tuve que ir a hacer las pruebas del asma al hospital militar para evitar la mili. Era el último año que era obligatoria. Aquello fue una broma, un broma con la que me acojoné. El hospital imponía respeto por su austeridad. Para medir la capacidad pulmonar, acostumbran a hacer dos mediciones, una en reposo y otra después de hacer ejercicio, y se contrastan. Habituado a las máquinas electrónicas, me quedé esperando el pitido de aviso o la señal de la enfermera, respirando con el tubo en la boca. Pero no hubo nada de eso. La enfermera me soltó con severidad marcial que a qué esperaba. Intenté explicarle que esperaba el aviso pero, sin dejarme hablar, me contestó que «eso lo hacéis para cansaros». Tras la medición, me hizo salir al pasillo, donde esperé sentado con mi padre, para luego soplar una segunda vez. Había venido en chándal para nada. Volvimos a esperar en el horrible pasillo, y luego me hicieron pasar a un despacho donde estaba la enfermera y una doctora tras un escritorio de madera imponente. Me hicieron unas cuantas preguntas, con bastante mala leche. Todas iban con la misma insidia, como acusándome de ser un desleal por intentar eludir el servicio militar por un asma alérgica de nada que casi había llegado a matarme de pequeño. Después de tanto rollo, y con el culillo apretado, me libré de la  mili, pero por excedente de cupo.

OIMAKU del limpialenguas

OIMAKU del utensilio que compró mi madre cuando era pequeño y que servía para limpiar la lengua. Era un mango de plástico azul de no más de un palmo. Parecía una raqueta de squash alargada pero sin cuerdas. Por el hueco había que meter la lengua, donde el marco hacía cuña para limpiar bien la parte central. Recuerdo que mi madre insistía en que debía utilizarlo porque, de lo contrario, las bacterias y microbios que me quitaba de los dientes al cepillar se quedarían dentro igualmente. Intentaba evitar utilizarlo a toda costa porque, al tener que introducirlo hasta el fondo de la boca y luego arrastrarlo hacia afuera sobre la lengua, me venían unas arcadas insufribles. Siempre acababa con los ojos llorosos retirando una «dañina» acumulación de baba blanca que, en realidad, nunca cesaba. Recuerdo que a veces me lo pasaba tanto que la lengua se me quedaba seca y áspera.

OIMAKU del desvío inconsciente de mi mirada

OIMAKU de la vez que la compañera de clase que se sentaba detrás mío en el instituto me llamó. Era una chica con fama de borde, que siempre vestía muy puesta, con la que siempre tuve una relación distante pero cordial. La chica me tocó en el hombro y yo me giré. Fue para preguntarme algo acerca de lo que estaba explicando el profesor. El caso es que, al girarme, ella estaba apoyada sobre la mesa. Ese día llevaba una especie de traje de chaqueta gris muy fashion cuya chaqueta abrochada formaba un escote espectacular. Mientras mi torso rotaba, por el rabillo del ojo ya empecé a vislumbrar aquello, y mis pupilas descendieron automáticamente. Tengo una fotografía mental muy nítida al respecto. Subí la mirada en cuanto me di cuenta, rápidamente pero ya tarde. Ella acababa de formularme su duda. Yo me quedé mirándola fijamente, con cara de indisimulada culpabilidad, porque no me había enterado de nada: tenía todavía la mente ocupada por su escote. Sin apartarme la vista, noté cómo se le encendía una bombilla en sus ojos, se reclinaba hacia atrás y despegaba el pecho de la mesa. Entonces, me volvió a preguntar. Yo le respondí, ella asintió y me volví hacia la pizarra. No sabría decir qué me jodió más de aquel desliz de apenas unos segundos, si mostrar mi debilidad ante una chica que creo que en cierta manera me respetaba, o no haberme quedado más tiempo mirando aquel par de tetas espectaculares.

OIMAKU del corto de Achero Mañas

OIMAKU de Paraísos artificiales, un cortometraje acerca de la droga y la adicción dirigido por Achero Mañas. Lo vi en Canal+, creo que En la noche más corta, un programa presentado por Antonio Muñoz de Mesa, el tipo que ahora sale haciendo psicólogo guay en La pecera de Eva. La historia me impresionó sobremanera. Está filmado con perspectivas y colores enfermizos, demenciales. Me resultó especialmente impactante la imagen del tipo crucificado en una jeringuilla. Lo tenía grabado en una VHS que contenía únicamente cortos, pero ahora no sé si la he perdido o anda escondida en algún armario.

OIMAKU de los Hanson Brothers

OIMAKU de aquellos chavales de largas melenas rubias y caras angelicales que formaron aquel grupo con éxito entre las adolescentes, los Hanson Brothers o los hermanos Hanson o, sencillamente, los Hanson. Estuvieron dando la brasa con ellos en la televisión y en los programas juveniles e infantiles; por supuesto, también en los 40 principales, que por entonces tenían su programa en Canal+. Eran finales de la década de los 90. ¿Y ahora qué? Se apagaron de tal manera que nadie lo advirtió. Pasó el tiempo, pasó High School Musical, los Jonas Brothers,… ¿y dónde están?

OIMAKU de la manera de comer petit-suis

OIMAKU de la manera de comerme los petit-suis que tenía cuando era pequeño. Cuando pasé de los diez años, me di cuenta que un petit-suis daba para poco y que me lo comía en dos cucharadas de nada. Pensando en una manera de hacer que durara más y que fuera más entretenido, se me ocurrió perforarle la base con los dientes y tomármelo sorbiendo por el agujero. Cuando acababa, quedaban una especie de túneles en la masa que iban desde la superficie hasta el agujero. Acostumbraba a realizar unos cuatro, creando un entramado de grutas en la pasta rosa bastante curioso. Finalmente, cuando el juego no daba más de sí, apretaba desde la base el recipiente y hacía salir por arriba el contenido como si fuera de un tubo de dentífrico. Hurgaba con el debo o con la lengua si quedaba algo por las paredes. Era una guarrada exquisita.

OIMAKU de Urotsukidoji

OIMAKU de la serie de películas de anime Urotsukidoji. Estuvo junto a Akira y El puño de la Estrella del Norte entre las primera películas de animación en llegar con la fiebre del manga. Nunca la he visto pero recuerdo que era tema común. «¿Has visto Urotsukidoji? Superbestia. Sale sangre y sexo a tope, y el malo es un demonio con una polla gigante». El mundo entero andaba flipadísimo con lo que estaba llegando del país del sol naciente, unos dibujos que nada tenían que ver con los de Walt Disney. Todos hablábamos de ello aunque algunos ni siquiera hubiéramos visto nada de lo que estábamos hablando.

OIMAKU del pruf

OIMAKU de la mezcla que me hacía de pequeño para merendar y que bauticé como «pruf». No recuerdo bien el porqué de ese nombre, aunque probablemente fuera onomatopeico porque la sustancia daba la sensación de hacer ese ruido si intentabas apretarla con la mano. El proceso era el siguiente. Cogía unas natillas y comía un poco para que no rebosara. Luego, echaba dentro el contenido de un petit-suis y lo removía todo bien. Cuando los colores quedaban mezclados, el amarillo ligeramente oscurecido por el rosa, me estiraba en el sofá y me lo zampaba. Era uno de mis pequeños placeres.