OIMAKU, como si fuera ayer, de una maldición que profirió contra el mal tiempo británico mi casera en Torquay. Era una tarde de pleno verano y estaba lloviendo sin parar. Yo estaba en casa cuando ella entró, empapada. Tenía pinta de bastante fastidiada, o cabreada, o loca. Se metió en el recibidor cerrando el paraguas de cara a la calle, y con toda la rabia de su alma, le gritó al cielo: «Fucking bleeding British weatha!».