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OIMAKU de la durísima escena de Salvar al soldado Ryan

OIMAKU de aquella escena durísima de la peli Salvar al soldado Ryan de Spielberg en que el traductor del escuadrón está supuestamente protegiendo una entrada pero, el muy cobarde, deja pasar al enemigo y atacan al francotirador por la espalda. Entonces hay una lucha y el francotirador acaba debajo del soldado enemigo que le va dirigiendo,  lentamente, un puñal hacia el pecho. El francotirador intenta aguantar pero no tiene fuerza y el cuchillo va descendiendo paulatinamente y va abriendo la carne y entrado en el cuerpo del francotirador que, indefenso, es consciente de cómo lo están matando. Dios, finalmente lo mata mientras le va susurrando para que se tranquilice y no haga ruido. Lo mata como mata Kirk Douglas a Tony Curtis en Espartaco, otra escena no menos dura. Pero en la de Spielberg, para peor sabor de boca, no está la heroicidad del acto samaritano de Espartaco sino que el soldado enemigo vuelve sobre sus pasos, baja las escaleras y se vuelve a cruzar con el traductor, que vuelve a quedarse paralizado. Se cruzan y el traductor se queda acojonado y no dice nada ni hace nada pese a que acaban de matar por su culpa al compañero que se suponía estaba protegiendo. Y lo peor, lo insufriblemente peor, es que en el recuerdo de esta escena cruel, horrible, me veo a mí mismo con el fusil frente a la puerta en mitad de una guerra estúpida y ajena como propio e incontrolable es el miedo que me caga los huesos, todo el esqueleto, y miserablemente lo entiendo, lo entiendo todo.

OIMAKU del comentario del joven soldado

OIMAKU del comentario de un soldado sobre la noticia que había saltado a la palestra del uso de balas con uranio empobrecido en Bosnia. Era joven, de unos veintipico años, creo que tenía hasta granos, y lo entrevistaban para la televisión en alguna de las tantas zonas derruidas y grises de los Balcanes. Frente al micrófono soltó una frase memorable. Empezó declarando, con una gravedad suma de preocupación, indignación y miedo, «Quiero que todo esto se resuelva, que nos aclaren qué pasa», para finalmente sentenciar de manera tajante: «Yo no vengo aquí a jugarme la vida». Recuerdo que me pregunté qué le debían haber explicado durante la formación militar a este pobre muchacho.

OIMAKU del 11-M

OIMAKU del 11-M, de cómo mi madre lloraba frente al televisor mientras el número crecía, de cómo comuniqué como una marioneta a todo el mundo la concentración en la plaza de la facultad, de cómo estaba tan saturado de una emoción enorme e incomprensible que fui incapaz de razonar nada de lo que hice aquel día.

OIMAKU de M.

OIMAKU de M., que hacía de mujer de la limpieza en el lugar donde trabajo. Era morena, con el pelo corto y gafas. Apenas la conocía, no sé siquiera si cruzamos alguna palabra. Se marchó por problemas de salud. L. y V. acabaron por decirme que se había pedido la baja para operarse de un cáncer. Hoy, me enteré que el día de San Juan entró en coma y falleció. No puedo visualizar bien su cara. Lo que más me quedó grabado fue el uniforme de trabajo. Es lo que más me jode.