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OIMAKU del corto de Achero Mañas

OIMAKU de Paraísos artificiales, un cortometraje acerca de la droga y la adicción dirigido por Achero Mañas. Lo vi en Canal+, creo que En la noche más corta, un programa presentado por Antonio Muñoz de Mesa, el tipo que ahora sale haciendo psicólogo guay en La pecera de Eva. La historia me impresionó sobremanera. Está filmado con perspectivas y colores enfermizos, demenciales. Me resultó especialmente impactante la imagen del tipo crucificado en una jeringuilla. Lo tenía grabado en una VHS que contenía únicamente cortos, pero ahora no sé si la he perdido o anda escondida en algún armario.

OIMAKU del Príncipe de Zamunda

OIMAKU del Príncipe de Zamunda, aquel personaje interpretado por el decadente Eddie Murphy a quien cada vez le dan menos papeles. Un príncipe proveniente de un país inventado con montones de pasta se va a los EE.UU. a vivir como un pobretón y se enamora de una «chica sencilla». Pienso en esa peli y me vienen a la cabeza tres cosas: uno, el dueño de la hamburguesería asegurando que mientras el logo de su empresa tiene «arcos dorados», el de McDonald’s tiene «arcadas doradas»; dos, el mayordomo del Príncipe aprovechando para vivir a cuerpo de rey, metido en una bañera tomando una copa de licor; y, tres, Eddie Murphy sonriendo en cada maldito fotograma de la película, enseñando los dientes, sólo ocultándolos para las escenas serias del filme, es decir, las dramáticas, es decir, las de amor. El amor es muy serio.

OIMAKU del VHS de las tres pelis

OIMAKU de la cinta de vídeo que aún tengo grabada con tres de mis películas favoritas durante la adolescencia: Gattaca, Shine y Grandes Esperanzas. La primera me encantaba por su historia distópica sobre la eugenesia y la segunda por el protagonista genial pero acabado y loco interpretado magistralmente por Geoffrey Rush. La tercera me encantaba por la historia de amor masivo, lacerante y total entre Gwyneth Paltrow e Ethan Hawke. Llegó hasta tal punto mi culto por aquellas películas que la cinta en la que están grabadas fue una de las pocas, sino la única, que se salvó de la invasión del porno de aquellos años.

OIMAKU de la durísima escena de Salvar al soldado Ryan

OIMAKU de aquella escena durísima de la peli Salvar al soldado Ryan de Spielberg en que el traductor del escuadrón está supuestamente protegiendo una entrada pero, el muy cobarde, deja pasar al enemigo y atacan al francotirador por la espalda. Entonces hay una lucha y el francotirador acaba debajo del soldado enemigo que le va dirigiendo,  lentamente, un puñal hacia el pecho. El francotirador intenta aguantar pero no tiene fuerza y el cuchillo va descendiendo paulatinamente y va abriendo la carne y entrado en el cuerpo del francotirador que, indefenso, es consciente de cómo lo están matando. Dios, finalmente lo mata mientras le va susurrando para que se tranquilice y no haga ruido. Lo mata como mata Kirk Douglas a Tony Curtis en Espartaco, otra escena no menos dura. Pero en la de Spielberg, para peor sabor de boca, no está la heroicidad del acto samaritano de Espartaco sino que el soldado enemigo vuelve sobre sus pasos, baja las escaleras y se vuelve a cruzar con el traductor, que vuelve a quedarse paralizado. Se cruzan y el traductor se queda acojonado y no dice nada ni hace nada pese a que acaban de matar por su culpa al compañero que se suponía estaba protegiendo. Y lo peor, lo insufriblemente peor, es que en el recuerdo de esta escena cruel, horrible, me veo a mí mismo con el fusil frente a la puerta en mitad de una guerra estúpida y ajena como propio e incontrolable es el miedo que me caga los huesos, todo el esqueleto, y miserablemente lo entiendo, lo entiendo todo.

OIMAKU de Million Dollar Baby

OIMAKU de cuando T. y yo vimos la película Million Dollar Baby. Estábamos en la mediateca de la universidad de Southampton. Un amigo ya nos había avisado de la dureza del filme pero pensábamos que exageraba. En absoluto. Intentamos mantener la compostura lo mejor que pudimos, mordiéndonos los labios, apretando los puños, conteniendo la respiración. Resistimos por vergüenza a montar una escena lacrimógena en mitad de una biblioteca. Pero entonces Clint lloró, se quebró como un niño indefenso y ya no pudimos más y le acompañamos. Lloramos a moco tendido como dos criaturas también. ¿¡Quiénes éramos nosotros para aguantar más que Clint, por Dios!?