OIMAKU, como si fuera ayer, de una maldición que profirió contra el mal tiempo británico mi casera en Torquay. Era una tarde de pleno verano y estaba lloviendo sin parar. Yo estaba en casa cuando ella entró, empapada. Tenía pinta de bastante fastidiada, o cabreada, o loca. Se metió en el recibidor cerrando el paraguas de cara a la calle, y con toda la rabia de su alma, le gritó al cielo: «Fucking bleeding British weatha!».
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OIMAKU del «tot s’ha fet gran»
OIMAKU de la abuela de T., de visita como nosotros en el hospital, sentada en una silla, junto a la ventana desde donde se veía una puesta de sol espléndida, el cielo rojo como si el día lo exprimiera por completo, diciendo para sus adentros pero, en realidad, a todos los que estábamos en la sala: «Sabadell s’ha fet gran. Setmenat s’ha fet gran. Tot s’ha fet gran. No sé què passa!».